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DESAFÍOS DE LA CLASE TRABAJADORA EN UN MUNDO DISTÓPICO

DESAFÍOS DE LA CLASE TRABAJADORA EN UN MUNDO DISTÓPICO

Por JORGE SOLA, secretario gremial del Sindicato del Seguro de la República Argentina.

El mundo y el país en el que nos mirábamos hasta hace un tiempo ha sufrido profundos cambios y transformaciones. Un proceso que ya se encontraba en la génesis de la sociedad y que la pandemia ha acelerado y visibilizado. No ha sido el COVID-19 la causa, pero sí ha puesto de manifiesto una revisión de los principios rectores de las relaciones humanas, de las instituciones políticas yreligiosas y, muy especialmente, de los criterios éticos y morales que nos rigen.

La revolución estaba en marcha, impulsada por un cambio tecnológico comunicacional como nunca antes se había visto. Los diarios y la TV trocaron enplataformas digitales como X (ex Twitter), Instagram, Facebook, Tik Tok, etc. La revolución ¿de derecha?, remplazó las armas habituales contra el cuerpo humano por una más sutil, efectiva y virulenta: el teléfono celular.

La clase trabajadora and los sindicatos representativos, están en una suerte de encrucijada que los compromete en la defensa del trabajo y de los derechos laborales, pero a su vez, esa misma clase trabajadora adhiere significativamente a un aparente antielitismo que se corporiza en líderes populistas carismáticos. Esto no los hace necesariamente afines al poder mercantil/empresarial tradicional, pero pueden sentirse atraídos por un líder que se presenta como antisistema, aunque sea de manera fraudulenta. Y aunque ese líder podría avanzar contra los derechos fundamentales de las minorías y de los sectores menos formados y menos acomodados. Y, aun así, ser apoyado. Las revoluciones no admiten, a veces, de grandes verdades que defender… Un viejo dicho que rescaté de un ciudadano ruso decía: “las revoluciones de los hambrientos terminan en la primera panadería que encuentran”. Se refería a que las necesidades provocan amotinamientos, pero los verdaderos cambios lo llevan adelantes las élites intelectuales y rectoras de cada país. 

En esta actualidad, la clase dominante ya no es la clase política ni las instituciones democráticas capitalistas que llevaban adelante esas innovaciones. Hoy son las grandes corporaciones quienes determinan las prioridades de un mundo cuyas fronteras se han hecho solo figurativas producto de la llegada de internet a cada hogar, sin pedir permiso por ninguna aduana. Exceptuando el férreo control chino y de algunos otros gobiernos, sobre esta modalidad.

Los vínculos comunicacionales han fomentado un hiperindividualismo como modo de relación personal y comunitaria, lo que deteriora los lazos solidarios en la búsqueda de conquistas que, erróneamente, suponen que dependen de la propia voluntad de cada individuo antes que del esfuerzo conjunto, de muchos o de todos. Esto no debiera ir en contra del mérito como herramienta del desarrollo, pero en una medida suficiente donde la construcción de lo futuro sea sobre lo que tenemos y conocemos. El individualismo y la pretensión ilusoria de que el “mercado” es igualitario, es una falacia. No hay resultados iguales en una sociedad en la que se depende de las capacidades heredadas y de los recursos adquiridos. Esto es así no solo en Argentina, sino también en aquellos países de renta más alta entre sus habitantes.

La velocidad y la multiplicidad de la información entre los seres humanos alcanzan un giro en el flujo de datos: el receptor ya no es alguien ensimismado en la lectura de un diario en forma pasiva. Ahora el vínculo de internet no solo agrega cantidad de diferentes expresiones, sino que genera una respuesta de aquel pasivo receptor que dialoga consigo mismo, o con su círculo másíntimo, para emitir opiniones en forma horizontal con gente de todos las características, jerarquías y origen. Las nuevas tecnologías han desvinculado la recopilación de las noticias de la publicidad y los anuncios, que ahora han pasado a las plataformas tecnológicas que, como modalidad, asumen poca responsabilidad a la hora de verificar lo que publican. Una forma de entender las nuevas redes sociales es que han facilitado mucho más la difusión del rumor (lo que los romanos llamaban “fama”). La aparición de “fake News”, noticias poco verificables o falsas, y la extraviada profesionalidad del hacer periodístico, son parte de este resultado. Solo en EEUU, los ingresos por publicidad digital (que crecieron exponencialmente) en el año 2018 fueron a parar en un 40 % a Facebook y un 12 % a Google. Mientras que en contraposición los ingresos publicitarios de los periódicos caen abrumadoramente. Resultado: derrumbe de la economía y de la formalidad en la recopilación de noticias, escepticismo generalizado ante todo lo que se nos ofrezca como novedad, apasionados (fanáticos) seguidores en la web de opiniones nada verificables.

Y la gran conquista de las redes sociales para la actividad política es la difusión de su propaganda con eficacia. Más aún para aquellos “outsider”, sin estructuras partidarias que lo fomenten y/o respalden. A esto se suma que las nuevas vinculaciones por red hacen de la indignación un arma, ya que es así como se gana la atención. Y la clase gobernante ve como un acontecimiento traumático y aterrador el despojo de sus canales de persuasión y de autoridad. Los mensajes se transforman en angustia, miedo e ira. Sentimientos que siempre pueden provocar “revueltas políticas”, incluso sin los nuevos medios de comunicación.

Este nuevo proceso en el que la mayoría asiste con asombro, sobrediagnóstico y escasa reacción, atraviesa por completo al mundo del trabajo. La revolución industrial de hace más de 100 años produjo un efecto similar. La enorme diferencia es que aquellos cambios fueron en un lapso de tiempo que permitió la adaptación de los trabajadores y emprendedores, y luego de producido el cambio,su “status quo” permanecía lo suficiente para que los ciudadanos se adaptaran a esas novedades. Fue así como ante un capitalismo de gran crecimiento, la clase trabajadora pudo organizarse bajo las asociaciones gremiales que permitieron la discusión para equiparar lo que Karl Marx llamaba la “plusvalía”, esto es ir en búsqueda de un consenso de asociación estratégica entre la fuerza de trabajo y la inversión del capital para la producción de bienes y servicios que llevaran mayor prosperidad general.

Hoy los cambios tecnológicos, la aparición de la Inteligencia Artificial, los nuevos medios de producción, la globalización, el reemplazo de la mano de obra calificada, la búsqueda de redes de integración para la producción de mercaderías en terminales con mano de obra barata, abren un desafío gigantesco para la defensa de los derechos laborales conquistados y de aquellos nuevos que comienzan a esbozarse. 

Karl Popper instaba a una reforma radical y valiente de la economía capitalista, reforzando los lazos económicos de la ciudadanía, profundizando la cooperación internacional, centrándose en la eliminación de los cinco males de la sociedad: la carencia, la enfermedad, la ignorancia, la miseria y la ociosidad. Instaba a una “ingeniería social gradual”, un método para buscar los mayores males de la sociedad y luchar contra ellos, en lugar de transformaciones radicales que vayan de arriba hacia abajo. La gente necesita SEGURIDAD, porque su ausencia es aterradora. Necesita OPORTUNIDADES, porque su ausencia es incapacitante. Necesita PROSPERIDAD, porque su ausencia es opresiva. Y necesita DIGNIDAD, porque su ausencia es corrosiva.

De ahí que resulta indispensable una DISTRIBUCIÓN EQUITATIVA de los recursos y las capacidades, más aún en un país en donde las desigualdades de capacidades heredadas, de recursos adquiridos y de oportunidades disponibles se concentran en una minoría que aumenta su participación en los ingresos materiales. Para ponerlo en un dato de medidas económicas, los economistas lo centran en la participación de los trabajadores en el Producto Bruto Interno. Coincido con una cita del periodista especializado Martin Wolff (The FinancialTimes) en cuanto a que el PIB es una medida engañosa: no dice nada sobre si la prosperidad está repartida o si es sostenible. Omite demasiadas cosas como, por ejemplo, de qué modo interviene en temas como la seguridad, las oportunidades o la dignidad. En fin, lo que se llama una sociedad que tienda a ser justa en la distribución de las herramientas con que se pueda afrontarla una movilidad social ascendente.

La Argentina de hoy requiere de una mirada de consenso estratégico para promover todos sus activos económicos y sociales en pos de un país con producción, desarrollo y trabajo, para dotar de calidad de vida a todas y todos. No solo para mejorar la vida de sí mismos, sino también la de aquellos que necesitan de recursos técnicos, capacidades adecuadas y saludables, y calificación laboral para ocupar el lugar de dignidad y realización que merecen.

La búsqueda del mérito no es para todos iguales cuando se parten desdenecesidades diferentes. Y esa es tarea para la búsqueda de consensos. Encontrar los mejores hombres y mujeres entre más de 40 millones nos dará también mejores oportunidades. Una ingeniería gradual desde la política de las instituciones partidarias y sociales para la resolución de los problemas, que vuelva a poner en valor la integración de toda la comunidad, donde el trabajo, la educación y la salud sean baluartes de la movilidad social ascendente.

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